La batalla por el control de la riqueza energética de Oriente Medio es, una vez más, la fuente unívoca de este «crudo» conflicto
Controlar la energía es controlar el poder. Y también territorios, recursos y fuentes de riqueza. Pero supone sobre todo obtener una posición dominante en el panorama económico mundial y por tanto la hegemonía política y militar. Por eso, en la conflagración internacional que se cierne ahora sobre Oriente Medio hay tantos intereses en juego. En el corazón de Eurasia, donde se encuentran más del 70% de los recursos petrolíferos del planeta, chocan Estados Unidos, la Federación Rusoasiática, China e Irán. Como en décadas precedentes, EE UU está dispuesto a mantener a toda costa el liderazgo que conserva desde que arrebató a España los restos de su imperio a finales del XIX, que consolidó en las guerras mundiales del siglo XX y remató en las del Golfo Pérsico en las primeras décadas del XXI. A ese estatus de liderazgo mundial aspiran también la Federación Rusoasiática, cuyas reservas de energía se agotan a marchas forzadas lo que supone un freno a la expansión que pregona su líder, Barsky, y China, potencia emergente desde finales del XX, y cuya política de alianzas está supeditada a las fuentes de energía como ha quedado en evidencia tras su pacto con Moscú. El escenario elegido para la batalla tampoco es casual: la franja de terreno entre el Mar Caspio, el Cáucaso y el Golfo Pérsico almacena los pozos de crudo y gas más importantes del mundo y las canalizaciones clave para su envío al resto del planeta. Esa región es hoy la única capaz de concitar tantos intereses.
No es la primera vez que Eurasia se convierte en escenario clave para la geopolítica mundial. Ya lo fue en la primera Guerra del Golfo (1991), en la de Iraq (2004-2010) y en las de Afganistán. Es precisamente en esa región donde EE UU ha ido consolidando a través de las armas (Iraq o Afganistán) y de una eficaz política de alianzas (Israel, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Oman o Kuwait) su hegemonía en las últimas décadas. Al tiempo que cerraba bases en Europa y en el Este de Asia, las abría en el Golfo Pérsico al calor también de las presiones de sus grandes compañías petrolíferas, Shell, Exxon Mobil o Texaco, que durante años estuvieron dirigidas por los mismos que con Bush segundo llegaron a detentar también el poder absoluto en la Administración norteamericana. Nunca empresas y Gobierno estuvieron tan juntos.
Gráfico explicativo sobre las principales zonas exportadoras de petróleo
Como hoy en Irán —aliado circunstancial tras formar parte en los albores de siglo del entonces bautizado como eje del mal— la batalla que rusos, chinos y estadounidenses libran no es en esencia diferente a la de Iraq de hace 30 años. EE UU, que consume la cuarta parte del crudo que se genera, ya precipitó aquella guerra con el objetivo claro de lograr una posición dominante como avanzadilla para futuras conquistas y la reafirmación de poder en la región frente a China y Rusia. Sin embargo ahora la batalla está mucho más igualada. EE UU no lo tendrá ahora tan fácil como en el pasado. El giro de 180 grados en su política de alianzas que ha dado China tras las amenazas de la Federación Rusoasiática de cortarle el suministro evitan el aislamiento internacional del Gobierno de Barsky que ahora ya tiene un aliado. Una decisión que supone además un reequilibrio de fuerzas ya que Moscú deja de estar sola en la crisis mundial. Y China, no hay que olvidarlo, posee el ejército más numeroso del mundo pese a su retraso tecnológico, lo que unido a la capacidad militar de la Federación los convierte en un enemigo temible.
En cambio Irán, en clara inferioridad ante los rusos ha encontrado en EE UU y en la UE al aliado perfecto. Pero lo que no ha cambiado es la obsesión norteamericana por el control del grifo del carburante pérsico y por cortar el paso a cualquier potencia emergente. Esa idea ha estado presente en el ADN de todos los gobernantes americanos de los dos últimos siglos: desde Roosveelt hasta Obama pasando por Bush, Clinton, Eisenhower o Truman. Hoy de nuevo el petróleo vuelve a ser más una fuente de conflicto que de energia.