lunes, 22 de marzo de 2010

Leonid Barsky: ¿mesías o monstruo? (Perfil)

Las malas lenguas dicen de él que es un hombre implacable: feroz con sus enemigos, pero leal con sus aliados. Él solo ha logrado devolver la gloria que Moscú perdiera en las postrimerías del siglo XX. Y lo ha logrado a base de determinación y una autoridad férreas. Sus enemigos critican su crueldad, pero lo bien cierto es que su país no ha conocido un político y un estratega más preparado y racional desde la muerte de Stalin. A Leonid Barsky no lo tembló el pulso ni un segundo cuando ordenó, hace ahora diez años la anexión de las repúblicas bálticas a pesar de una opinión pública internacional desfavorable. Ni tampoco le tomó más de dos segundos imponer a la fuerza un gobierno títere en la vecina Azerbaiyán en el 2030 para consolidar sus posiciones en el Golfo Pérsico. Después de todo, para Barsky sólo existe un único y primordial objetivo: devolver a la madre Rusia el estatus de potencia mundial que le fue mancillado tras la Guerra Fría.

Su partido “Parussian Red”, de corte ultranacionalista radical, llegó al poder de la antigua Federación Rusa en el 2017 cuando el gobierno de Moscú se encontraba liderado por un desgastado Partido Social Revolucionario (hoy uno de sus principales opositores en el exilio). Desde entonces, gracias a sus hábiles maniobras políticas, Barsky ha logrado volver a reunir bajo la autoridad de Moscú a la mayor parte de las repúblicas de la URRSS. Una maniobra, sin embargo, no exenta de escándalos y críticas. “Su 'modus operandi' fue siempre el de silenciar por la vía de la fuerza todo vestigio de oposición o desacuerdo con respecto a su postura”, señala Iósif Andrievich, líder del ya desaparecido Partido Socialdemócrata y uno de los principales opositores a Barsky en el exilio. Desde su casa de Londres Andrievich narra a Global Broadcast Corporation cómo fueron las persecuciones, el encarcelamiento en el campo de trabajo de Siberia y la traumática huída hacia Europa. “Ese hombre es un monstruo sin conciencia, capaz de hacer cualquier cosa para satisfacer sus ansias de poder personal”, sentencia Andrievich.

Barsky el mesías
No obstante, las políticas maquiavélicas, amorales e intrumentalistas de Barsky ha tenido un gran calado entre la población rusa; especialmente en lo que a las clases más populares se refiere, que lo consideran un mesías tal y como Lenin lo fue en el siglo XX. Su discurso ultranacionalista ha logrado calar en buena parte de la sociedad rusa que, esperanzados con las promesas del resurgimiento de sus cenizas de la Madre Rusia, piensan que el aumento de poder de la Federación puede llegar a reportar pingües beneficios económicos para sus casas. Y, en cierto modo, así ha sido, a pesar de que la oposición reitera que es mucho más el dinero que se ha invertido en el rearmamiento del ejército que en el bienestar de los ciudadanos.

Pero si hay algo que no se le puede negar a Barsky es su gran cabeza para los negocios. Proveniente de una humilde familia obrera de San Petersburgo (ahora rebautizada como Barskygrado), Barsky tuvo que aprender pronto a lidiar con las crueldades de la vida. Tras la muerte de su padre de neumonía, Barsky, el mayor de cinco hermanos, tuvo que hacerse cargo de su familia cuando sólo contaba con 16 años. Una situación que le obligó a ganarse la vida por las frías calles de San Petersburgo. Quizás sea ese espíritu de supervivencia adoptado a la fuerza durante su adolescencia lo que dotó a Barsky un sentido único para los negocios. A los 25 años, gracias a su gran personalidad, creó el “Parussian Red”. Un partido que logró escalar rápidamente entre las clases populares y alcanzó, dos años después de su creación, una representación parlamentaria. Los demás acontecimientos vinieron solos: la grave crisis económica de la Federación, el debilitamiento de los partidos tradicionales rusos y el descontento y apatía política de buena parte de la sociedad rusa tras los escándalos políticos del Gobierno conformaron el caldo de cultivo perfecto para el ascenso del partido de Barsky. La sociedad rusa buscaba un cambio y en el 2017 ésta la encontró en la figura de este joven lleno de ideas.

Desfile militar en la Plaza Roja de Moscú con motivo del décimo aniversario de la llegada al poder de Barsky


Con Barsky en el poder, Moscú miró hacia el horizonte y fijó una estrategia. Había que recuperar poder y la mejor forma de hacerlo era recuperarse económicamente. De ahí a que Barsky convirtiera la política energética en uno de los pilares de su discurso. Su estrategia se basaba en la eficiente explotación de los, hasta ese momento, poco aprovechados yacimientos petrolíferos de Siberia y de los Montes Urales. Yacimientos a los que se sumaron los de la península de Kamchatka tras su anexión en el 2020 y los del mar Caspio de Kazajstan en el 2025. El petróleo logró reactivar el consumo interno y crear, de este modo, unas clases medias fuertes cegadas con la figura de Barsky y sus promesas de riqueza basadas en el expansionismo de la, ya por entonces, Federación Rusoasiática.

No obstante, el poder cegó a Barsky. La consecución de un nuevo y mejorado estatus de señorío para la Federación le llevó a endurecer su discurso en los foros internacionales que, en aquellos momentos, ya criticaban su autoritarismo y expansionismo. Una imagen que se ha mantenido hasta nuestros días y que ha quedado patente en el aislamiento y la falta de apoyos que la Federación está obteniendo en la crisis con Irán. Barsky parece no atender a razones y, como aquel niño de 16 años que tuvo que mantener a sus cinco hermanos, en su mente sólo resuena la palabra de supervivencia a cualquier precio. Ceder ante Irán supone para Barsky un signo de debilidad que no está dispuesto a asumir. La estabilidad internacional depende, en definitiva en la pugna entre las dos personalidades de este controvertido personaje: el Lenin, mesías conciliador y gran estratega, o el Stalin, autoritario, cruel e implacable.